lunes, 4 de mayo de 2020

Cual llave a su cerradura.

Es una noche romántica, con aires de amor. Estrellas brillantes sobre la inmensidad no cuantificable del techo que cubre nuestras cabezas, junto con una bruma de algodón que abraza tierna y tenue a la luz fría de la luna, la luna casi, a punto, en un par de días, completa en toda su expresión y potencial.
¿Cuántas lunas llenas habrán pasado por nosotros? 
¿Cuántos ciclos se habrán completado desde el inicio?
 (al inicio verdadero me refiero, porque al de esta vida no le atribuyo lógica ni realidad en el plano material racional occidental). 
El tiempo se convierte en charcos de miel, si de ti se trata. Se extiende inexplicablemente y se aleja de mi entendimiento. 
¿Un mes? imposible, por lo menos no en la trascendencia del sentir; para el alma no hay estructura ni límites dimensionales. 
Imposible sería, ya que la calidez de tu voz y la vibración de tus cuerdas se acoplan en mis profundidades como si ya conocieran todo mi circuito, como si supieran a la perfección cómo acariciar, moldear, apretar, excitar, agitar y calmar a mi corazón, quien se esfuerza y esmera en irradiar signos vitales posibles para mi biología humana.
El tiempo se modifica según dónde nos situamos
o con quién
o por qué.
Dónde, en tu abrazo tibio, fluido y tu presencia que desborda luces destellantes, encandilantes.
Con quién, contigo y todas tus vidas, posadas en tu regazo, admirando orgullosas al ser en el que se manifiestan.
Por qué, porque nuestras existencias no terrenales alcanzaron una armonía mutua y la historia (que va más allá de nuestra vida actual y mucho más lejos de la realidad que experimentamos) necesita desarrollarse con el reencuentro de nuestras manos, las cuales conocen la manera óptima de encajarse, cual llave a su cerradura.