Mantener el equilibrio en el borde de la vereda no es fácil,
menos cuando no estás en un estado conciente, cuando tu cerebro hace pequeños
cortocircuitos. Al momento de perder el equilibrio, siento que caigo en un
vacío interminable, pero dura un segundo, quizás menos.
No estoy aquí. Tengo frío o en volá es calor, tengo una
impotencia sin sentido y todo pega vueltas, vueltas, vueltas para mí. Necesito
saber si soy real, necesito botar esta ira, rabia, impotencia, de alguna
manera. Me entierro las uñas en los brazos, hombros, piernas, lo que venga. Me
detienes, quieres que haga lo mismo contigo, pero no puedo, no puedo hacerte
daño… ¡No! Quédate, no te alejes, te necesito. No seas indiferente, esto no lo
controlo. Tratas de verme a los ojos, pero no puedo, no quiero que me veas así.
Solo toma mi mano y no la sueltes, abrázame muy fuerte cuando creas que sea
necesario, dime al oído cuanto me quieres, sabes que nunca está demás.
No sé donde estamos, no reconozco calles, casas, árboles,
nada. Pero creo que queda poco para llegar a un lugar seguro, donde no haga
tanto frío, donde se vea algo más que la luz del cielo, esa luz intensa,
molesta y artificial. Quiero algo real, no quiero seguir imaginando cosas. Tú
eres real, estás aquí y eso me deja caer en el trance que quiero, me hace
entrar en un nirvana placentero.