Tan fuerte y tan frágil a la vez. No sabe si puede
tocarla sin destrozar su piel de porcelana. El mundo la ha herido y envenenado
con sus críticas y su sistemático manejo de masas.
Ahora, con su cuerpo en plena oscuridad, sólo
iluminada con la luz de la luna se ve única. Tan perfectamente imperfecta. Se
despierta, alterada pero con cara de necesidad.
-Cariño, abre el vino
blanco que tengo en las ramas del nogal y tráeme el disco de Pink Floyd que
está debajo del penúltimo libro del último librero de la biblioteca. No olvides
los cigarros de frutillas rusas.
-Las frutillas no crecen
en Rusia, menos los cigarrillos. Perdón que te interrumpa.
-Las frutillas crecieron
en las raíces del nogal. Historia que se repite desde la época de mis
bisabuelos. Curiosamente llegó hasta mí. La chimenea está prendida. El fuego
nace azul y ámbar. Corre y apágala.
-No voy a permitir que me
ordenes cosas tan obscenas. Somos una pareja, personas distintas, nunca uno
sólo así que toma distancia- se aleja y
se distancia con una barrera rígida. Pero la ama. Es un sentimiento tan a
vergonzante que lo hace llorar todas las noches-.
-¿Vas o no?- hace un gesto de levantarse de la cama para
ir a buscar lo que le pidió pero la detiene-.
-Yo voy. Eres una peste,
hija de puta, eres una peste. Una peste tan hermosa de la que no quiero
curarme- lo mira de reojo con un poco de
timidez. Él se levanta de la cama y el piso de baldosas color crema está frío,
insípido-.
Camina por el largo pasillo de esta antigua casa y
los cuadros lo marginan e intimidan. Dalí le da pinceladas de surrealismo en
toda la cara. Los demás están quietos, no lo atacan. Sólo le hablan y le
susurran la vanguardia en la que nos someteremos por naturaleza humana.
Lo único que quiere es llegar rápido al patio. Necesita
aire floral, el aire del rincón de
jazmines. Los jazmines que le recuerdan a su madre cuando tocaba el piano
después de las violentas peleas que tenía con su padre. Recuerda cuando le rompía la cara a golpes con sus ásperas y duras manos. Los lamentos se confundían
con las tristes notas del preludio número 4 de Chopin.
Está en frente del nogal. Lo respeta pero no puede
evitar vomitar encima de sus raíces que le recuerdan todo el tiempo a ella.
Ahora, para poder concentrarse canta las notas de su madre mientras la lluvia
cae dolorosa sobre él.
La escena termina cuando se apagaran las luces. En
plena oscuridad se escucha el grito de la mujer con piel de porcelana.
Se prenden otra vez las luces. Podemos ver el baño
matrimonial, con terminados en mármol, paredes altas y azulejos blanco-y-negro,
como un ajedrez. Está él, melancólico y ella, fatalmente femenina. Ambos se
miran en el espejo que cubre toda la pared frontal. Suena Comfortably Numb en
el tornamesa de los años 50 que está en la pieza de la pareja.
-La única manera en que
puedo mirarte directamente a los ojos es por medio de éste reflejo sin
emociones. Te siento como una figura de cartón y en tu mirada veo un fino y
caro cristal que está a segundos de romperse.
-No trates de
descifrarme. Tampoco quieras creer que me conoces. Estoy cansada de tener que
ocultarme en excusas del porqué no
quiero morir. Estoy en el anonimato, ahogándome en el Late Harvest.
-No, realmente no te
conozco. Estoy durmiendo en la misma cama con una desconocida- mira fijamente al espejo- Y esa
desconocida me está enamorando salvajemente. Engaño a mi mujer, a la que conocí
por casualidad en un bar bohemio hace diez años con la Femme Fatale que ahora estoy observando. Tan hermosa y encantadora,
tan enojada y sicótica.
Ella acerca su mirada al espejo y mira el reflejo
de él. Golpea iracundamente con su puño el rincón de éste espejo, quebrándolo e
hiriéndose su mecánica de tacto. Sus manos sangran y mojan el piso del baño.
-Quiero golpearte pero no
existes. Lo único que puedo descifrar es tu olor, es el mismo desde que
naciste- se amarra el pelo con el broche
que viene desde generaciones. Un broche con forma de mariposa, hecho con oro
blanco y diminutos diamantes-.
Ella se acerca llorando desconsoladamente hacia
él, abrazándolo como nunca antes lo había hecho en diez años.
Con su mano ensangrentada macha toda la camisa
planchada delicadamente por ella misma la noche anterior.
Olvidan todo y se desconocen. Lloran juntos,
enfermizamente.
Queda la misma escena durante unos minutos y
nuevamente se apagan las luces. Se escuchan los sollozos del público
alternativo que está presente. El humo de los cigarrillos se eleva hasta el
techo del lugar, creando una atmosfera de reflexión.
Se prenden las luces, pero muy tenues. Aparecen
ellos, admirándose, casi luchando y discutiendo en un silencio más que tenso.
Suena Time, con la introducción de los relojes
que exalta a todo el público, incluso a él y a ella.
De un momento a otro rompen la tensión cuando
comienzan a besarse con un amor textual. Ambos están muy ebrios gracias a las
dos botellas de vodka negro que se tomaron, el cual satura sus venas.
Comienzan a desnudarse con sutileza y ella
comienza a llorar. Él se sienta en el sillón color índigo con detalles color
cobre de su bisabuelo, en el cual pasó dos años sentado esperando la llegada de
su amada perdida. Ella lo sigue y se sienta en sus piernas. Él calla
paternamente su tristeza y su ausencia de padre en su niñez.
Se crea un lecho de recuerdos y una conexión que
sólo pertenece a su momento dual. Son como una fotografía en tonalidades sepia,
gracias al efecto de las luces.
Él se para y se mueve del conmovedor cuadro.
Aparece con dos copas de cristal llenas de vino blanco y las lágrimas de ella.
Se encuentran en la biblioteca, recostados en la
alfombra que se encuentra en frente de la chimenea. Luego de un diálogo que
nadie entiende comienzan a entrelazar sus cuerpos desnudos, húmedos,
necesitados, nostálgicos. Logran reconocerse en el interior de la Femme Fatale.
Ambos lloran y conectan sus mentes en silencio, comentando el amor que sienten
por el otro. Lo único que se escucha es el término de Time y la respiración
agitada de ambos cuerpos. Todo este ruido silencioso hace eco en la gran
biblioteca.
Luego de un rato, se encuentran recostados, uno al
lado del otro. Toman sus manos izquierdas con fuerza y un tímido temor. Ella
cierra los ojos y suspira su vida entera. Él saca un cigarro de frutillas rusas
y lo prende con un fósforo que sólo ilumina la silueta de su cara.
-Te extrañé tantas noches
de luna. La rutina nos superó y nos asesinó desapercibidamente. Te perdí por
tanto tiempo. Estuviste muerto a mi lado tanto tiempo. El nogal se había
marchitado con mis gritos de odio hacia ti- abre
los ojos, lo mira y comienza a tararear el preludio número 4. Él apoya su cara
en el pecho desnudo de ella y se pierde en sus latidos; en su voz que canta muy
despacio. Su intensidad disminuye crónicamente-.
-Eres mi caída más dulce,
eres mi veneno más sutil, eres mi peste más hermosa. Mi amante más única.
Grítame la rebeldía que expulsa tu disconformidad. Háblame en lenguas muertas para revivir las
memorias de los fallecidos. Supera la rutina junto a mi cadáver. Ámame con toda
la desdicha de los pueblos sometidos. Ódiame con todo el ardor que causa el
alcohol en una herida infectada. Recuérdame como si tuvieras la memoria de un
sauce y muéstrate tan desapercibida como un colibrí posándose en una flor. Todo
eso pero siempre amándome, siempre de corazón.
Cierran los ojos como si hubieran muerto, pero
predomina el sonido de los latidos. Comienza a sonar el piano del auditorio.
Suena con tanta melancolía y temor el preludio número 4. Lo toca la madre de él
mientras llora y sangra el dolor de su alma.
Del cielo caen mariposas muertas sobre ambas
escenas. Se apagan las luces y concluye la obra con el fin enfermo de Chopin.
Perdura el eco del piano en el teatro y el público se retira.