viernes, 4 de julio de 2014

Las razones del por qué.

"Me resisto a escribir algo, es como si no quisiera hacerlo -la verdad es que lo necesito-.
Tengo flashbacks, las ramas del parrón se mueven y enredan, creando una ilusión óptica pa' la cagá -y ese árbol con ojos no para de mirarme desde ese día-."

El dibujo que hago con tanta dedicación, mi indecisión sobre algo que ni siquiera sé si va a pasar. El frío, las nubes oscuras, la lluvia estancada, tus manos en mi espalda, mis manos en tu pelo, mis ojos en los tuyos y los tuyos cerrados -en otro lugar, pero sabes que estoy aquí-.
La desesperación, la sensación de león enjaulado, lejos de su manada.
Mi corazón de piedra en el cajón de tu velador. Las letras juntas de forma armónica. Ese extraño cuenco tibetano que no puedo dejar de tocar.
Si me duermo descanso. Si me duermo pierdo. El que se duerme pierde.
El olor especial de tu piel. El olor de tu piel junto con la mía, complementándose y creando una atmósfera de paz.
La mirada esquiva que insiste en no fijarse, ¿o acaso no quieres fijarte en mí?
Mi letra más poética y el pulso más fijo. Nuevamente mi corazón de piedra.
Lo que me invitas a hacer, lo que me provoca de ti.
La lagartija en tu brazo y el hormigueo en mi cuerpo.
El día más nublado del año, del cual jamás me percaté.
La casa atemporal. El "nosotros" me recuerda a algo sin tiempo.
Tus latidos que no tienen tiempo, tanto así  que cada cierto tiempo verifico tus signos vitales.
-Podría morir ahora y estaría satisfecha-.
Mi cuerpo que cada vez de hace más liviano, la fuerza de gravedad que a veces olvida su participación en mi vida.
Esa seguridad al dormir tan cerca tuyo, esa necesidad de romper mi propio récord de besos en el día, esa desesperación que me da al sentir que mi cuerpo se hunde en el tuyo.
La sensación de caída libre entre sueño y sueño. Soñar lo que tú, antes de dormir. Dormir y soñar lo que yo, lo que tú, lo que ellos y lo que nosotros.
El síndrome de abstinencia durante la semana.
Conocernos de vidas pasadas.
Tu intento de indiferencia, ya que los míos siempre fallan.
El vértigo que siento arriba del trapecio y la adrenalina de saber que cada vez voy más lejos.
Los castillos en el aire que te construí antes y mi intento de lograr enraizarlos.
Y aparte de todo lo anterior, el cómo puedo pensar tanto en ti, en diferentes escenarios y formas, en tan poco tiempo. Esas y muchas más son las respuestas a tu típica pregunta: ¿Por qué me querí?

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