martes, 30 de abril de 2013

Pérdida de identidad.


Se perdió, no puedo encontrarla. La busco por el pasto, dentro de mi boca, debajo de mi lengua o en alguno de mis bolsillos. Intento llamarla pero no escucha mis gritos. Puedo sentirla y eso me angustia porque la percibo distante, cansada. Siento como se rinde, como ya se cansó de éste modelo; sé que se esforzó pero no logró nada.-
Camina por las calles sin rumbo. Pareciera ser todo un infinito laberinto lleno de cuerdas, teclas, sonidos, máquinas y bombas de ácido. Pierde el destino cada dos minutos, enfermándose con las luces nerviosas de colores que la atrapan en su propia cabeza. Hay mucho movimiento a su alrededor y no distingue entre perros, perdón, personas o gracias.
Despierta de un viaje, del trance en el momento que le cae una gota de sangre en los ojos, tiñéndole de rabia contenida y espesa. Mira hacia los vértices estructurados de la ciudad y se da cuenta de un quiebre en el sistema, en la rutina del lugar. Una bomba cayó en medio de una calle, dividiendo la ciudad en dos. Las llamas brillaban latentes en cualquier rincón en el cual apoyaras la vista. Está todo destruido en minutos. Se formó una sola masa de preocupación y actitud tosca entre la gente del lugar. Fue tan fácil cambiar el destino, de cambiar el ambiente, de cambiar el día de todas estas personas metálicas.
Ella siguió caminando, mirando el horizonte y fumando un cigarro que se encontró a la mitad de la vereda. En pocos segundos volverá a alucinar en otro rumbo una declaración de guerra de parte de grandes imperios sin identidad. Lluvia de flores, bombas de éxtasis y un disco rayado de blues que corra por las calles mientras se desangra en su agonía.

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